Recreo (Galileo, escena 1)

Unidad 3 de Pensamiento Científico, capitulo 2.

Galileo le está explicando a Andrea, un niño de once años, la hipótesis acerca de los movimientos de la Tierra, cómo es que nosotros giramos y no el Sol como se pensaba en esa época, un tiempo en donde los quehaceres científicos se veían condicionados (por no decir prohíbidos) por una sociedad totalmente creyente de que el Cielo es a donde vamos cuando morimos si habíamos hecho las cosas bien y que nosotros somos obra de Dios.
Mientras leía no podía evitar intentar ser esos personajes que se me presentaban en forma de obra teatral. Un niño que quería conocer; una madre enojada que no quería que su hijo conociera tales locuras; un secretario de la universidad que la 'libre expresión de pensamiento científico' del momento le bastaba (y lo pongo entre comillas porque como todos sabemos, cuando los de arriba quieren se sabe sólo lo que les conviene a ellos); sacerdotes totalmente divertidos ante las teorías que significarían arreglar el Cielo que ya conocían bien.
Y entre todo eso, Galileo Galilei, que sentía que a los hombres no les alcanzaba con lo que había, 'donde la fe reinó durante mil años ahora reina la duda'.
A medida que avanzaba me quedaba pensando. Qué loco que nos parece hoy que en aquel tiempo no se creyera la verdad que hoy conocemos. Cómo alguien puede estar en desacuerdo y seguir argumentando que el Sol gira alrededor nuestro, porque sino en algún momento terminaríamos cabeza abajo?
Iba a escribir 'pobre Galileo', pero de pobre sólo tiene la falta de escudos de oro para poder seguir con sus investigaciones.
Gran Galileo. Ese le queda mejor.